Probablemente sea la educación la esfera social donde los cambios legislados en favor de la igualdad se han hecho reales en mayor medida, lo que ya había ocurrido durante la brevísima República española.
Sin embargo, el currículum escolar parece no haberse enterado de los cuarenta años de democracia, como si las maestras republicanas, las que enseñaron a Josefina Molina, no hubieran vuelto del exilio: interior o exterior; como si hubieran vuelto solamente para seguir enseñando lo que los hombres habían hecho por ellas; los grandes prohombres que dominan el canon y las academias, la Historia de la Historia (la historiografía) y de las ciencias.
El último caso de afrenta académica tuvo como protagonista a Rosa Montero, a quien he leído y de quien he aprendido mucho (o muchísimo) desde que tenía catorce años. No obstante, las causas de esa obstinación en tachar el género femenino se encuentran en los propios libros de texto y, por qué no decirlo, en nuestra falta de criterio propio para discernir lo valioso, más allá de una lista (previamente filtrada) de "clásicos", y de tal manera enriquecer el canon. Pues bien, los clásicos que merecen memoria necesitan mantenerse vigentes en el siglo XXI, de acuerdo con nuestra mentalidad actual; mientras que otras obras y personas borradas por la ideología, como les ocurrió a los exiliados y a las exiliadas, adquieren nuevo valor a nuestros ojos.
Se enseña el Quijote, pero no se habla de las mujeres representadas por Cervantes, como si fueran personajes fantásticos, ni tampoco de Juana Inés de la Cruz o María de Zayas. Se cuenta o se lee La Regenta pero apenas se nombra a Emilia Pardo Bazán o se ignora a Rosario de Acuña. Se elogia a la generación del 98 sin citar siquiera a la escritora e ideóloga Carmen de Burgos, quien fue, junto con Antonio Machado, la más coherente y fiel a la causa republicana. Se celebra a los jóvenes de la Generación del 27 que inventaron una República democrática y social, pero apenas comienza a recordarse a las creadoras Sinsombrero.
Ese proceso de borrado y olvido no afecta solamente a nuestra relación con las grandes clásicas, sino incluso a las mujeres creadoras de narrativas digitales artísticas (videojuegos) en tiempo presente, junto a otros creadores independientes que subyacen al malestream. ¿Por qué será? ¿Nadie se lo pregunta? Sí, claro que sí.
Uno de los factores para interesar a los jóvenes estudiantes en su proceso de aprendizaje consiste en emocionarlos descubriendo lo que subyacía, lo que se había reprimido en el inconsciente colectivo, pero no deja de pedir salida a la conciencia. Es un hecho neurológico, además de una constante característica de la modernidad y de la nueva pedagogía, que ya cumple más de un siglo. "Estamos vivas", nos dicen todas esas voces.
La modernidad en clave de género
Cierto que las mejores autoras de la posguerra y la democracia son insoslayables, pero, aun así, se las deja de lado junto con los varones, a causa de otro fenómeno, que afecta a la educación literaria en secundaria. Se lee muy poco en las aulas a Carmen Laforet o a Ana María Matute, por ejemplo.
Después de lo antedicho, no extraña que el canon tradicional haya sido extensa e intensamente subvertido por la literatura juvenil, en la que abundan las escritoras brillantes y las historias de aprendizaje personal.
Sin embargo, no deberíamos renunciar a un proceso de aprendizaje colectivo que consiste en la emancipación real de las mujeres y en la conquista de la igualdad entre géneros, clases y etnias, a lo largo de cinco siglos. Podemos llamarlo de un modo u otro: el proyecto del Humanismo, de la Ilustración, de la liberación, o bien, como propone la pensadora Marina Garcés, la "nueva ilustración radical". Sin una educación ilustrada se empantana la esperanza en que los sistemas sigan cambiando, precisamente porque se denuncian y se hacen visibles las regresiones hacia la desigualdad, pero se pierde el hilo y la trama de una Historia de historias que la educación tiene el deber y el placer de rescatar.
Así pues, está en juego la transmisión de la memoria y la continuación de la modernidad, cuya corriente de fondo más potente y vigente es, en el siglo XXI, el feminismo. Frente a la regresión hacia el patriarcado, el etnocentrismo y el clasismo, es tiempo de que el feminismo regrese de sus exilios, conquistando la memoria.
¿No es justo? Y será más atrayente si se utilizan métodos activos y participativos.
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